El 31 de marzo, con la primavera recién estrenada y un tiempo variable nos tocó ir a una de las salas más remotas en cuanto a acceso para asistir a un evento de lo más extremo donde la negrura y la oscuridad camparían a sus anchas. Antes de entrar a Monasterio, las finas gotas de lluvia eran un anuncio de la música depresiva y dolorosa que nos aguardaba dentro. El cielo parecía empatizar con nosotros.
Al entrar la sala estaba a la mitad de su capacidad y durante el transcurso de la noche la asistencia se acercó a las ciento cincuenta personas. Las bandas tuvieron una acogida fiel y expectante por parte de sus seguidores, quienes hicieron acto de presencia bastante temprano pese a tener lugar los conciertos en un día laborable. Las actuaciones comenzaron con veinte minutos de retraso que, si bien se nota, no es un tiempo exagerado.