ARTÍCULO: ¿Quién tiene el bajo más grande?
¡Qué maravilla la escena metalera! Un refugio de libertad, creatividad y comunidad… hasta que te das cuenta de que para muchxs parece más una liga de fútbol testosterónica que un espacio de auténtica expresión artística. Porque sí, amigxs, hay una realidad que no podemos ignorar: en el metal, los tíos suelen estar ocupados midiendo quién tiene el riff más rápido, el agudo más alto o, cómo no, el instrumento más «grande» (y no me refiero a guitarras, precisamente), mientras que las mujeres están construyendo redes de apoyo, echándose flores mutuamente y haciendo del espacio algo un poco menos nocivo. Vamos a diseccionar esto, que aquí hay tela que cortar.
La competición de los tíos: «Tu bajo es más pequeño que el mío»
¿Por qué los tíos sienten esa necesidad obsesiva de competir? Bueno, todo comienza con esa hermosa fábrica de mierda llamada patriarcado. Desde pequeños, les meten en la cabeza que su valor como hombres se mide en función de su capacidad de ganar: ganar en el fútbol, ganar en los videojuegos, ganar en la cama (aunque nadie les haya preguntado), y claro, ganar en la escena metalera. Y ganar, para ellxs, significa ser mejores que el resto. No mejores como «desarrollarse artísticamente» o «crear algo único». No. Mejor como en: “¡Eh, que yo toco más rápido que tú, pringao!”.
Esto crea dinámicas bastante ridículas dentro de la escena. En lugar de centrarse en la música, algunos tíos están más preocupados por si su pedal de distorsión tiene más «músculo» que el del colega. ¿Y los grupos? A competir también: «que si nuestro último disco tiene más solos por minuto que el tuyo», «que si llevamos más gente al bolo del bar cutre del viernes». Todo esto genera un ambiente que más que de comunidad parece un mercadillo de egos.
¿El problema? Que estas dinámicas competitivas no aportan nada a la escena más allá de alimentar egos frágiles. Ah, bueno, y fragmentan a la comunidad, porque claro, si estás ocupadx intentando superar al resto, ¿cuándo tienes tiempo para colaborar, aprender o simplemente disfrutar de lo que otra persona crea? Respuesta: nunca.
Las mujeres y el apoyo sororo: «Tía, ese riff es oro puro»
En el lado opuesto del ring, encontramos a las mujeres de la escena, que, curiosamente, están más ocupadas animándose unas a otras que midiéndose el ego. Esto no es casualidad. Las mujeres llevan décadas enfrentándose a una escena metalera que no siempre ha sido acogedora con ellas. Y en lugar de caer en la trampa de competir entre sí (como les gustaría al patriarcado, para dividir y vencer), muchas han decidido hacer justo lo contrario: crear redes, apoyarse, construir juntas.
¿Resultados? Por un lado, han logrado generar un ambiente mucho más inclusivo, donde el arte importa más que los egos, y donde se valoran cosas como la creatividad y el esfuerzo colectivo. Por otro, han demostrado que la escena no tiene por qué ser un campo de batalla. El apoyo sororo tiene un impacto real: hace que más mujeres se animen a entrar en la música extrema, a liderar proyectos, a subir al escenario sin miedo a que alguien las juzgue por no «cumplir» con estándares absurdos.
Pero, ¿es todo perfecto?
Pues no, queridxs. Que nadie se me emocione demasiado. Aunque el apoyo entre mujeres es un soplo de aire fresco, también tiene sus limitaciones. A veces, la sororidad puede convertirse en una burbuja, un espacio cómodo pero desconectado de la escena general. Y aunque las mujeres están abriendo caminos a pasos agigantados, la falta de espacios compartidos con el resto de la comunidad (es decir, con los tíos que siguen midiéndose los riffs) limita el alcance de lo que podrían lograr juntas. Porque, seamos realistas, una escena dividida por géneros nunca será tan fuerte como una escena que funciona en colectivo.
Por otro lado, la competición masculina, aunque tóxica, tiene sus efectos secundarios positivos. En su afán por superar al resto, algunos músicos terminan empujando los límites técnicos del género. Eso está bien… siempre y cuando no conviertas tu música en una masturbación técnica sin alma. Pero eh, tampoco pidamos peras al olmo.
¿Qué ganamos (o perdemos) con estas dinámicas?
Lo que ganamos con la competición masculina es, básicamente, un circo de egos que puede ser divertido de ver (como quien ve un reality show de Telecinco) pero que, a largo plazo, no aporta nada a la comunidad. Lo que ganamos con el apoyo sororo, en cambio, es un espacio más inclusivo y menos jerárquico, donde todo el mundo puede crecer. ¿El problema? Que mientras unos compiten y otras colaboran, la escena sigue dividida, y esa división limita el potencial de lo que podría ser el metal como movimiento cultural y político.
¿Entonces, qué hacemos?
Pues mira, la respuesta no es complicada: los tíos podrían aprender algo de las mujeres y bajarse un poquito del ego. Empezar a colaborar más y competir menos. Reconocer que no hace falta «ganar» siempre para ser buen músico. Por otro lado, las mujeres podrían tomar el espacio que merecen en la escena general, rompiendo la burbuja y demostrando que la sororidad no es solo para las mujeres, sino un modelo que todxs podemos seguir.
Porque al final, el metal nació como un grito colectivo contra las estructuras que nos oprimen. Y si seguimos divididxs entre competir y colaborar, estamos fallando a ese espíritu original. Así que ya sabéis: menos medirse las guitarras, más compartirlas. Menos competir, más construir. Y sobre todo, más metal, menos mierda.