ARTÍCULO: Putofobia en el metal: El metal como guardián de la moralidad absoluta

0

ENGLISH VERSION HERE

Cuando escribí  “Metal y misoginia: cómo convertir la violencia sexual en tu marca personal” dije que de la putofobia en el metal hablaría otro día. Pues ese día ha llegado.

¿Quién lo diría? Ese género que presume de romper las cadenas del puritanismo, de ondear la bandera de la rebeldía y escupir en la cara de las normas, resulta que tiene más moralina que un cura dando misa. La putofobia en el metal no es casualidad, es un síntoma de una doble moral profundamente arraigada, que combina misoginia, ignorancia y la hipocresía de quienes, con camisetas de Slayer y cervezas en mano, dictan qué cuerpos son dignos de respeto y cuáles no.

Empecemos por las letras. Ay, las letras. Si no fuera por los riffs potentes y las baterías demoledoras, esto parecería un sermón disfrazado. Piensa en la cantidad de títulos de canciones con el término «whore». La palabra, utilizada hasta el hartazgo en el metal, es una de esas joyas lingüísticas que sirve para denigrar a cualquier mujer que ose tener agencia sobre su cuerpo, su sexualidad o simplemente llevar un escote más pronunciado de lo que el metalero promedio aprueba. No importa el contexto; el término se lanza como un cuchillo para deshumanizar, para reducir a la mujer a un objeto de consumo o escarnio.

Luego tenemos a Cannibal Corpse y su amabilidad innata con títulos como “Stripped, Raped, and Strangled” o “Entrails Ripped from a Virgin’s Cunt”. Porque sí, el metal extremo adora pintar la violencia sexual como parte de su estética “transgresora”. ¿Qué mejor manera de asustar a la abuela que incluir mutilaciones de mujeres en las letras, verdad? Pero aquí no hay crítica social ni sátira afilada; hay una perpetuación de la idea de que los cuerpos femeninos, especialmente los de mujeres trabajadoras sexuales, son desechables.

En la misma línea de infantilismo lírico tenemos a Impaled Nazarene, cuyo material incluye títulos y temáticas que gritan putofobia a los cuatro vientos. La violencia sexual y el desprecio hacia las mujeres son pilares recurrentes en su discografía, donde no hay lugar para la reflexión, solo para alimentar el morbo y el estigma.

No podemos dejar de mencionar a The Mentors, esa banda cuya propuesta parece un sketch de humor negro mal ejecutado. Su tema “Four F Club” (“Find ‘em, Feel ‘em, Fuck ‘em, Forget ‘em”) es una oda a la objetificación de las mujeres, y no de forma sutil. Aunque se intente disfrazar de provocación o parodia, lo único que logran es reforzar el discurso de que las mujeres, en especial aquellas que son sexualmente activas o trabajan en el ámbito sexual, son descartables.

Y W.A.S.P., siempre sutiles y respetuosos, con temas como “9.5.-N.A.S.T.Y.”, en el que la letra refleja, sin reparos, el deseo de someter sexualmente a una mujer que es reducida a un simple objeto de satisfacción. W.A.S.P. es un ejemplo excelente de cómo la “transgresión” a menudo va en una sola dirección: contra las mujeres, convirtiéndolas en trofeos o accesorios, pero nunca en protagonistas de sus historias. La supuesta rebeldía aquí no es más que la misma misoginia con un par de tachuelas y cuero.

Ni mencionar la temática y el título de “A Witch Cunt” de Abigail (esa banda que necesita un rebranding urgente), donde el odio, el lenguaje vulgar y el desprecio hacia las mujeres brotan sin disimulo. Lo que se presenta como “extremo” no es más que la repetición de estereotipos rancios, donde las mujeres son percibidas como lo “impuro” que el metal debe denigrar. Como si esto no fuera suficiente, tenemos la portada de Abigail con imágenes de mujeres, en muchos casos, en poses de sumisión o en escenarios sexualizados, que refuerzan la idea de que las mujeres solo valen como instrumentos de placer o como figuras que despreciar.

Para redondear esta joya de la putofobia en el metal, tenemos a Iron Maiden con “Charlotte the Harlot”, una canción que introduce al personaje de Charlotte, una prostituta que es juzgada y despreciada por su estilo de vida. Porque, claro, si la protagonista de una historia de Maiden es una mujer, ¿por qué no hacer de ella un “ejemplo de lo que está mal”? La “transgresión” aquí, en realidad, es un sermón moralizante, donde se castiga a la mujer que vive libremente su sexualidad y se la reduce a un símbolo de corrupción moral. Un mensaje que, de forma directa, perpetúa la narrativa de la prostitución como lo último, lo inferior, lo rechazable.

DE LA PUTA AL SÍMBOLO DE LO “ANTIMETAL”

La prostitución, esa profesión más antigua que el doble bombo, no solo es estigmatizada en el metal, sino que se erige como un símbolo de todo lo que está mal. Es curioso cómo un género que se alimenta del “pecado”, que se jacta de su oscuridad, le pone un asterisco a la transgresión: puedes ser satánico, romper guitarras y orinar en un crucifijo, pero, cuidado, no se te ocurra ser puta. Ahí, hermanes, se traza la línea.

El estigma hacia el trabajo sexual en el metal se nutre directamente del caldo cultural misógino: esa narrativa de la “mujer decente” contra la “mujer caída”, una dicotomía rancia que debería haber muerto junto con las pelucas empolvadas. El metal, supuestamente terreno de libertad, repite los mismos clichés patriarcales. Los hombres pueden ser promiscuos y eso les suma puntos, mientras que las mujeres que hacen de su cuerpo su trabajo son “sucias”, “indignas” o, directamente, “enemigas de la causa”.

¿HUMOR? SÍ, PERO MAL HECHO

Otro aspecto que merece una disección es cómo el metal usa el humor para reforzar su putofobia. Temas como “Whores on Parade” de Steel Panther pretenden ser “graciosos”, pero solo perpetúan la idea de que las trabajadoras sexuales son seres despreciables. ¡Vaya comedia, colega! Un aplauso lento para los guionistas de chistes que no pasaron de los 15 años mentales.

El humor, usado de esta forma, deja de ser una herramienta de transgresión y se convierte en un martillo que golpea siempre a lxs mismxs. Es más fácil reírse de una prostituta que cuestionar por qué se estigmatiza su trabajo, ¿verdad?

REAPROPIACIÓN DEL INSULTO: DE LA OFENSA AL ORGULLO

Afortunadamente, existen ejemplos dentro y fuera del metal que muestran cómo el insulto se puede resignificar. Hablemos  de Whore de In This Moment, donde la vocalista Maria Brink toma la palabra para reivindicarla, convirtiéndola en una declaración de resistencia y empoderamiento: “I am the dirt you created / I am your sinner, I am your whore”. Aquí, Brink logra hacer del insulto una corona. Es una bofetada sonora para cualquier fanático que pretenda hacer sentir mal a las mujeres por decidir sobre sus propios cuerpos.

También merece mención Cycle Sluts from Hell, una banda de mujeres que retoman la narrativa del insulto para ridiculizarlo y lanzarlo de vuelta al rostro de quienes lo utilizan. Con temas como “I Wish You Were a Beer” y su presencia escénica abrasiva, estas mujeres retoman el control, utilizando la estética y el lenguaje de la hipersexualización para exponer la hipocresía de un género que vilipendia a las mujeres mientras se lucra con sus cuerpos.

En el mismo espíritu, Girlschool, aunque menos explícitas en su resignificación de términos, han mantenido una actitud desafiante y empoderada desde sus inicios. Canciones como “Take It All Away” no solo abordan la autonomía femenina, sino que también plantan cara al sistema patriarcal que permea incluso el metal.

CONTRA LA PUTOFOBIA, REACCIÓN METALERA REAL

El metal no necesita más letras que refuercen estigmas; necesita ruido, pero del que hace tambalear cimientos, no del que reproduce prejuicios. Que deje de ser un espacio donde solo ciertos cuerpos tienen permiso para existir y se convierta en una verdadera celebración de la diversidad.

¿Y si, en lugar de gritar “Whore!” con odio, aprendemos a corearlo con orgullo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.