ARTÍCULO: Abusadores y distorsión: hora de afinar el metal

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Ah, el metal, ese glorioso universo de riffs poderosos, gritos desgarradores y letras que claman libertad, justicia y resistencia. ¡Cómo nos gusta la intensidad, la autenticidad, la rebelión contra el sistema! Pero espera, porque algo huele a podrido en la escena, y no son solo las camperas que llevan décadas sin ver un trapo con jabón. No, amigos y amigas del metal, estamos hablando de esos «dioses» del escenario que, entre grito gutural y solo de guitarra, han esparcido una ola de abusos, violencia y toxicidad que no tiene nada de rebelde, pero sí mucho de deplorable.

La Galería de los Horrores: ¿Quién dijo que ser un capullo es parte del espectáculo?

Empecemos con Tim Lambesis, el «adorable» frontman de As I Lay Dying. Este personaje, que quizás pensó que estaba protagonizando un thriller de bajo presupuesto, intentó contratar a un sicario para matar a su esposa. Así, como lo lees. Pero lo más surrealista es que, después de cumplir su condena, no solo volvió al escenario, sino que fue recibido con los brazos abiertos por una parte del fandom. «Oh, pobrecito, ya cumplió su condena, dejémoslo seguir gritando en nuestros oídos».

Pasemos a Bobby Liebling, el carismático líder de Pentagram, que decidió que abusar de mujeres y maltratarlas era una gran forma de pasar el rato. Entre su larga lista de «logros» también encontramos cargos por agresión sexual. ¿Y cuál fue la respuesta de muchxs fans? Mirar hacia otro lado, porque, claro, nada dice «resistencia» como tolerar a un abusador en nuestras filas.

Y qué tal Danny Walker, conocido por su trabajo en bandas como Intronaut y Exhumed. El batería fue acusado de violencia doméstica, pero eso no impidió que continuara su carrera musical. Porque en el metal, al parecer, hay que tener un ritmo implacable, incluso cuando se trata de golpear a tu pareja. Y no, no es una metáfora ingeniosa sobre la batería.

Si pensamos en más nombres, es inevitable mencionar a Rammstein. Recientemente, la banda alemana ha estado bajo escrutinio por acusaciones de abuso sexual y manipulación de jóvenes fans por parte de su líder, Till Lindemann. Las denuncias no solo manchan la reputación del grupo, sino que también revelan una oscura realidad en la que algunos artistas parecen creer que su estatus les da derecho a todo. Lo mismo ocurre con Marilyn Manson, quien ha sido acusado por varias mujeres de abuso psicológico, físico y sexual. Este ícono, que durante años ha jugado con la imagen de lo macabro y lo perturbador, ha cruzado la línea que separa la provocación artística de un comportamiento absolutamente inaceptable.

No olvidemos a Jon Nödtveidt de Dissection, quien cumplió una condena por asesinato antes de regresar brevemente a la escena antes de su muerte. O a Varg Vikernes de Burzum, conocido no solo por su música sino por el asesinato de un compañero de banda y sus opiniones abiertamente racistas. Y estos son solo los nombres más notorios. La lista, lamentablemente, es mucho más larga.

¿Por qué toleramos estas actitudes?

Es inquietante y frustrante ver cómo estas actitudes continúan siendo toleradas en la escena del metal, pero no es un fenómeno sin explicación. Parte de la respuesta radica en la relación casi mitológica que lxs fans desarrollan con sus ídolos. La música tiene un poder inmenso; conecta, sana, inspira. Cuando un artista nos toca profundamente con su arte, tendemos a idealizarlo, a verlo como algo más grande que la vida misma. Así, cuando se descubren aspectos oscuros de su personalidad o comportamiento, muchxs fans entran en negación, incapaces de reconciliar la imagen que tienen de su héroe con la realidad de sus acciones.

Además, el metal se ha caracterizado históricamente por una actitud de «nosotrxs contra el mundo». Esta mentalidad ha generado una fuerte comunidad, pero también ha fomentado una cultura donde se justifica lo injustificable en nombre de la rebeldía y la libertad artística. Cualquier crítica externa se ve como un ataque a todo el género, y cualquier intento de responsabilizar a los artistas se percibe como una amenaza a la libertad de expresión. El resultado es una defensa automática y acrítica de figuras que claramente han cruzado líneas.

Otra razón por la que la escena del metal tolera estas actitudes es la separación que muchxs fans hacen entre la persona y el arte. «Amo su música, pero no me importa lo que haga en su vida personal» es una frase común en la comunidad. Este pensamiento permite que las personas sigan disfrutando de la música sin enfrentar la incomodidad de reconocer las fallas de sus ídolos. Sin embargo, esta separación es problemática cuando ignora el daño real que estas figuras infligen a otrxs.

También hay un factor de nostalgia y lealtad que juega un papel importante. Muchos de estos artistas han sido figuras clave en la vida de lxs fans durante años, incluso décadas. Su música ha sido la banda sonora de momentos importantes, lo que crea una resistencia a condenar sus acciones. Es como si admitir que un ídolo es culpable de abuso fuera traicionar una parte de unx mismx, una parte vinculada a recuerdos y emociones profundas.

¿Qué podemos hacer como comunidad? Pista: no es tan difícil

Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto? Pues bien, la buena noticia es que no es necesario ser un genio para encontrar la solución. Para empezar, dejemos de glorificar a los abusadores. Así de simple. No necesitas prenderles fuego a sus discos (aunque si lo haces, le estarás dando buen uso al fuego), pero sí puedes dejar de comprar su merch, asistir a sus conciertos y, en general, darles tu apoyo. En otras palabras, deja de alimentar al monstruo.

Además, empecemos a responsabilizar a las bandas y a los sellos discográficos que eligen trabajar con estas personas. Si tu banda favorita decide seguir de gira con un maltratador, tal vez sea hora de replantearse si realmente quieres seguir siendo su fan. Porque, seamos realistas, hay cientos de bandas buenas que no sienten la necesidad de dañar a otrxs para expresarse.

Y como público, hablemos de esto. No tengamos miedo de señalar lo que está mal, de exigir estándares más altos. La cultura de la cancelación es un invento de aquellxs que temen ser responsables de sus actos. En realidad, lo que necesitamos es una cultura de la rendición de cuentas.

El Metal sobrevivirá a esto, y será mejor por ello

El metal es más grande que cualquier individuo. Es una comunidad, un movimiento, una forma de vida. Y, como tal, tiene el poder de cambiar, de evolucionar y de purgar los elementos tóxicos que lo contaminan. No necesitamos abusadores en nuestros escenarios, no necesitamos criminales como íconos. Necesitamos música que inspire, que empodere, que nos haga sentir parte de algo más grande, no que nos haga cómplices de la violencia.

Así que, la próxima vez que alguien te hable de lo «terrible» que es la cultura de la cancelación, simplemente recuérdale que exigir respeto y justicia no es cancelar. Es simplemente negarse a aceptar la mierda que nos han estado vendiendo bajo el pretexto de la «rebelión». Porque el verdadero espíritu del metal no es tolerar la injusticia; es luchar contra ella.

Larga vida al metal, pero que sea sin agresores en el escenario. Ya es hora de que dejemos atrás a estos farsantes y demos paso a una escena verdaderamente libre y justa.

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