ARTÍCULO: Por qué condenar no basta ante un genocidio

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La música, como toda expresión cultural, no vive en un vacío. Suena en escenarios financiados, se difunde a través de estructuras comerciales, forma parte del sistema en el que existimos. Y por eso, cuando el horror se despliega con total impunidad —como está ocurriendo en Palestina— el silencio o la ambigüedad pueden convertirse en una forma de complicidad.

En los últimos meses, mientras Gaza es arrasada bajo un bombardeo constante, con miles de víctimas civiles y una ocupación sistemática que ya muchos organismos internacionales y juristas califican como genocidio, la sociedad civil ha empezado a movilizarse. Entre estas movilizaciones destaca el llamado al Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), una campaña no violenta impulsada desde Palestina que pide romper todo vínculo económico, institucional y cultural con el Estado de Israel y las estructuras que lo financian. Esto incluye festivales musicales financiados por fondos como KKR, el fondo estadounidense que está detrás de empresas como Superstruct Entertainment (organizadora de Resurrection Fest, Mad Cool, o el Download Festival).

Este contexto ha provocado diversas respuestas en la escena musical, y muy especialmente en la escena del metal y el punk estatal. Algunas bandas han cancelado su participación en festivales vinculados a estos fondos. Otras, aunque condenan el genocidio, han optado por mantener sus actuaciones. Y algunas simplemente han optado por no decir nada. Este artículo busca explicar, sin caer en el señalamiento individual, por qué consideramos que condenar verbalmente no basta.


No basta con «estar en contra»: la diferencia entre discurso y acción

Muchas bandas han dicho públicamente que condenan el genocidio en Palestina. Aplaudimos esa claridad. Es necesario romper el cerco mediático que lo niega o justifica. Pero aquí está el punto: el poder no se combate solo con palabras.

Decir que se está en contra de algo tan brutal como un genocidio mientras se sigue participando en plataformas financiadas por fondos que se benefician del mismo, no es suficiente. No lo decimos desde el purismo, ni desde una torre de moralidad perfecta. Lo decimos porque la diferencia entre hablar y actuar tiene consecuencias reales.

Imagina que tu vecino está siendo apaleado en la calle por un grupo organizado. Tú puedes gritar desde el balcón que te parece mal. Pero si no bajas, si no intervienes, si sigues tomando café con quienes financiaron a los agresores, ¿qué valor tiene tu condena?


Referencias reales: entre el compromiso y la contradicción

En el Estado español, hemos visto en las últimas semanas ejemplos que ayudan a ilustrar esta tensión.

🔴 Gigatron y La Élite decidieron cancelar sus actuaciones en festivales como el Resurrection Fest. En sus comunicados dejaron claro que lo hacían por principios, no por postureo. La Élite, en particular, escribió:

“Nos resulta imposible compartir espacio con una estructura que tiene vínculos con un fondo que financia el genocidio del pueblo palestino.”

🔵 Por otro lado, Guillermo Izquierdo, de Ángelus Apatrida, publicó un vídeo en el que explicó por qué su banda no cancelaría. En el comunicado, se dice claramente:

“Condenamos con la máxima contundencia el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino por parte del Estado sionista de Israel.”

También añadió:
“Somos una pequeña empresa, vivimos de esto, y cancelar todos los festivales sería acabar con nuestro sustento.”

Y remató con una reflexión que no elude la contradicción:
“Para ser totalmente coherentes, tendríamos que dejar de trabajar con la discográfica, con la agencia, con muchas estructuras más… y no podríamos sobrevivir.”

Ese vídeo ha sido valorado positivamente por muchos sectores, porque no se esconde ni justifica desde el cinismo. Habla con honestidad. Sin embargo, lo que plantea Guillermo también abre la puerta a una conversación mayor:


¿Qué hacemos cuando nuestras condiciones laborales dependen de estructuras que financian el genocidio? ¿Hasta qué punto podemos o debemos asumir contradicciones? ¿Dónde están nuestros límites éticos?


El sistema no permite coherencia total. Pero eso no exime de responsabilidad.

Vivimos en un sistema ultracapitalista. Nadie está “libre de pecado”. Todas consumimos, todas usamos bancos, móviles, internet. Pero no todas nuestras decisiones tienen el mismo peso simbólico ni estructural.

Actuar en un festival con financiación sionista —en este momento histórico— no es lo mismo que ir al súper a comprar pan. Lo primero legitima una estructura cultural que se presenta como “neutral” mientras se financia con sangre. Lo segundo, aunque también es parte del engranaje, no tiene el mismo impacto colectivo o legitimador.

No exigimos pureza. Exigimos compromiso. O, al menos, que no se nos pida aplaudir decisiones que profundizan la contradicción en lugar de minimizarla.


El silencio como forma de violencia estructural

Más preocupante aún es el caso de las bandas que no han dicho nada. Que miran hacia otro lado. Que siguen tocando como si nada pasara. El silencio, en este caso, no es neutral. Es una posición. Es parte del cerco informativo que protege al Estado de Israel de las consecuencias globales de sus crímenes.

En el mundo del metal —un espacio que se precia de ser crítico, inconformista, incluso subversivo— guardar silencio ante un genocidio no es disidencia: es conformismo absoluto. No se trata de que todas las bandas hagan comunicados perfectos. Pero hay líneas que no se deben cruzar. Y otras que, si se cruzan, al menos deben ser reconocidas como contradicción.


¿Qué podemos hacer?

Desde una web musical con una mirada anticolonial, anticapitalista, antirracista y antisionista, proponemos una serie de líneas de acción:

Visibilizar a las bandas que cancelan y entienden el arte como herramienta política.
Reconocer las contradicciones sin convertirlas en excusas permanentes.
No celebrar ni premiar la neutralidad disfrazada de profesionalismo.
Fomentar redes alternativas de producción, distribución y difusión cultural que no dependan de fondos de inversión con vínculos coloniales.
Recordar que boicot no significa censura. Significa poner límites éticos.


El metal no es solo ruido: es resistencia

Si el metal no sirve para denunciar un genocidio, ¿para qué sirve?
Si la música no puede ser una trinchera de solidaridad internacionalista, ¿en qué nos hemos convertido?

No se trata de dogmas. No se trata de pureza. Se trata de recordar que la cultura es parte del campo de batalla. Y que, en momentos como este, cada decisión cuenta. Aunque duela. Aunque incomode. Aunque nos obligue a mirar nuestras propias contradicciones.

Hoy, más que nunca, no basta con decir “estamos en contra”. Hay que actuar en consecuencia. Y si no podemos hacerlo todo, al menos no pongamos nuestra música al servicio de quienes financian la muerte.

Porque desde aquí, desde los escenarios, los fanzines, los altavoces, también se puede defender la vida.

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