CRÍTICA: MIDNIGHT – Steel, Rust and Disgust

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Grasa, óxido y desprecio. Y ni una pizca de vergüenza. Eso es exactamente lo que nos ofrece Midnight con su nueva colección de versiones titulada Steel, Rust and Disgust. Que nadie espere aquí grandes pretensiones, ni revisiones «creativas», ni tributos solemnes. Esto es Midnight homenajeando a su manera: a hostias, a cuchilladas sónicas, y salpicándolo todo de mala leche y mala vida.

Athenar, el único ser humano detrás de todo este aquelarre, ya dejó claro que la idea de hacer un disco de versiones no era ningún invento nuevo ni iba a salvar el mundo. Más bien es un paseo (o una caída libre) por los sonidos inmundos que formaron su personalidad musical en el cinturón de óxido estadounidense. Si David Bowie tenía su Pin Ups para lxs glamrockers, aquí tenemos un Throw Ups no oficial para lxs verdaderxs sabandijas de alcantarilla. Vamos, que el espíritu aquí no es otro que «lo pillé porque me molaba y lo vomité como sé».

Desde el primer tema se huele la podredumbre. Midnight suena aún más cochambroso que de costumbre, y eso ya es decir mucho. Cada cover parece haber pasado por un taller oxidado donde la gasolina caducada y la cerveza caliente son las únicas herramientas de producción. Hay temas que quizá alguna persona reconozca de primeras y otros que suenan como si alguien los hubiera encontrado en un sótano abandonado de Cleveland. Lo que está claro es que, tras cada riff, tras cada aullido, hay una devoción brutal hacia un tipo de música que nunca quiso ser bonita, ni popular, ni para todos los públicos.

Athenar no se molesta en maquillar las canciones originales. Las toma, las despelleja un poco más, les echa un litro de aceite usado por encima, y las lanza al oyente sin avisar. Es una carta de amor (o de odio, o de ambas cosas) a esa escena de barrios industriales derruidos donde el heavy metal, el punk y la suciedad vital se daban la mano para sobrevivir un día más.

La portada del álbum sigue en la misma línea: una especie de collage entre arte sucio de garaje y póster de peli de serie B de los 80. Hierro oxidado, manchas que podrían ser sangre o aceite, y un sentido del humor más negro que la brea. Midnight nunca fue de ponerse épicos ni fantasiosos: si hay algo de fantasía aquí, es imaginar cuántas infecciones podrías pillar en un local donde sonaran estos temas en directo.

A nivel sonoro, Steel, Rust and Disgust suena como siempre ha sonado Midnight pero con aún menos ganas de fingir que esto va de técnica o virtuosismo. Aquí lo que importa es la actitud: la rabia mal canalizada, el desprecio hacia el buen gusto, la celebración absoluta de la marginalidad. Si alguna vez alguien pensó que Midnight estaba evolucionando hacia algo más pulido, este disco le mete un escupitajo en toda la cara.

¿Comparaciones? Podríamos decir que este disco es a las versiones lo que Venom fue al heavy metal: una reinterpretación salvaje, fea, imperfecta y absolutamente necesaria. O como si Motörhead hubiera grabado una cinta casera en pleno apagón mientras les robaban los amplis. Incluso hay ecos de lo que hacen bandas actuales como Midnight themselves (obvio) o gente como Toxic Holocaust: esa misma veneración por la mugre sonora, sin que jamás pierda ese gancho adictivo que hace que quieras más, aunque sepas que probablemente no deberías.

La lista de temas exacta aquí importa menos que la actitud general (aunque especial ojito a la versión de «Final Solution», de Pere Ubu) Midnight no hace covers, hace allanamientos de morada musicales. Y cada canción, sea conocida o no, pasa a ser tan suya que cuesta imaginar las originales después de este tratamiento abrasivo.

No es un disco que vaya a cambiar la historia del metal. Pero tampoco lo pretende. Esto es un álbum para quienes saben que la historia verdadera del rock’n’roll no se escribió en estadios, sino en sótanos, garajes y callejones, donde lo único que importaba era sonar más rápido, más fuerte y más guarro que el grupo vecino. Midnight, una vez más, nos recuerda que a veces, lo mejor que puede hacer una banda es no crecer, no madurar, y no pedir perdón por seguir siendo una panda de ratas sudorosas.

Así que si alguien está buscando redención, catarsis emocional o virtuosismo técnico, que pase de largo. Pero si lo que apetece es ponerse la chupa de cuero más sucia, abrir una birra barata y darle al «play» mientras el mundo se cae a pedazos, Steel, Rust and Disgust es el disco ideal. Midnight, con su habitual falta de respeto por todo y todxs, ha vuelto a recordarnos que, en este mundo de postureo y perfección impostada, ser un slimebag orgulloso sigue siendo una opción perfectamente válida.

Metal Blade Records (2025)

Puntuación: 8/10

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