ARTÍCULO: La justicia como espectáculo: patriarcado, Estado y el arte de revictimizar

España: tierra de sol, paella, y un sistema judicial que se quedó anclado en los años 40. Porque si algo hemos aprendido del juicio contra Íñigo Errejón (sin entrar en detalles, porque no vamos a darle más protagonismo del necesario), es que no hay espectáculo más deprimente que ver cómo se pone en duda la palabra de una mujer mientras se desentierran las momias de un patriarcado que nunca se enterraron del todo. Eso sí, la verdadera estrella de este circo es el juez, con preguntas dignas de una comedia negra. «¿Para qué cree que se sacó el pene?», preguntaba, como si fuera necesario explicarlo en PowerPoint. Porque claro, la culpa no es del agresor, sino de la superviviente que «no entendió» sus intenciones.
La continuidad franquista: un sistema judicial anclado en el pasado
Para entender el machismo sistémico que permea los tribunales españoles, primero hay que mirar atrás. En este país, la transición democrática nunca significó una ruptura real con el franquismo. La judicatura, ese bastión de «neutralidad» y «justicia», fue uno de los pilares del régimen y, para sorpresa de nadie, sigue oliendo a naftalina autoritaria. No se depuraron jueces franquistas, no hubo separación efectiva de poderes y, al día de hoy, las instituciones del Estado español siguen protegiendo a los suyos mientras reprimen a quienes desafían el status quo. ¿Qué son los derechos de las mujeres frente a la perpetuación del poder?
Esta falta de separación de poderes se manifiesta de manera brutal en casos de violencia de género, donde las supervivientes no solo enfrentan a sus agresores, sino también a un sistema diseñado para desacreditarlas. Los jueces, formados en una tradición misógina y autoritaria, no tienen reparos en convertir el acto de buscar justicia en un ejercicio de humillación pública. Porque sí, aquí las mujeres no denuncian porque saben lo que les espera: un tribunal que les pregunta «por qué no gritaste» o «por qué no te defendiste» como si la violencia fuera culpa de quien la sufre.
Neurociencia y misoginia judicial: ¿qué es el freezing?
Un ejemplo paradigmático lo encontramos en juicios como el de La Manada, donde las preguntas se convertían en auténticas armas de revictimización. «¿Por qué no forcejeaste?», «¿Por qué no gritaste?», «¿Estabas disfrutando?», son cuestiones que no solo revelan la falta de empatía de quienes las formulan, sino también su ignorancia en cuestiones básicas de neurociencia. ¿Acaso no saben que el freezing (parálisis por miedo) es una respuesta instintiva y natural ante situaciones de peligro extremo?
Los jueces, en lugar de aplicar una formación científica y empática, perpetúan una cultura de la sospecha hacia las mujeres. No importa que la neurobiología respalde las reacciones de las supervivientes; lo que importa es mantener vivo el relato machista de que «si no luchaste, consentiste». Con este panorama, denunciar no solo implica revivir el trauma, sino también enfrentarse al prejuicio institucionalizado.
«Bro codes» en la justicia y el metal: la hermandad de la impunidad
Los «bro codes» son esas reglas no escritas que protegen a los hombres en cualquier ámbito, desde los juzgados hasta los camerinos de las bandas de metal. En el juicio contra Errejón, vimos cómo este pacto implícito cobra vida: preguntas que minimizan al agresor, dudas sembradas sobre la superviviente y un lenguaje que refuerza la idea de que «son cosas que pasan». El sistema judicial español, en lugar de proteger a las mujeres, actúa como cómplice del patriarcado.
Este mismo pacto de impunidad se replica en la escena del metal, donde casos como el de Rammstein han evidenciado que las estrellas pueden hacer lo que quieran sin consecuencias. Mujeres han denunciado dinámicas de abuso en fiestas privadas y la creación de entornos coercitivos, pero la respuesta de muchos fans (y músicos) ha sido mirar hacia otro lado o defender lo indefendible. El «bro code» musical funciona como un blindaje: la banda siempre tiene razón, la víctima miente.
Es irónico que un género que predica la rebeldía y la transgresión sea tan rápido para defender estructuras de poder cuando estas protegen a sus ídolos. Pero no es solo el metal. Desde Hollywood hasta los bares de tu barrio, el patriarcado opera como una mafia: cubriéndose las espaldas mientras revictimiza a las mujeres que se atreven a hablar.
Filtraciones y revictimización: cuando el sistema se ceba
En el caso de Errejón, la filtración de la declaración de la superviviente añade otra capa de violencia. ¿Cómo pueden las mujeres confiar en un sistema que expone sus testimonios más dolorosos al público? Esto no es un error técnico ni un accidente; es una estrategia de control. Las filtraciones actúan como un recordatorio de quién tiene el poder y de lo que te espera si te atreves a denunciar.
Sin embargo, esta filtración ha tenido un efecto inesperado: poner en evidencia lo podrido del sistema. La gente ha visto de primera mano cómo se desarrollan estos juicios y por qué muchas mujeres eligen no pasar por este calvario. No es solo el miedo a no ser creídas; es el terror a ser tratadas como sospechosas, como si denunciar fuera un crimen en sí mismo. ¿Para qué exponerse a esto si el sistema está diseñado para proteger al agresor?
El patriarcado y su maquinaria: preguntas para un análisis más profundo
El patriarcado no es un hombre concreto ni un juez individual; es un sistema que permea todo. ¿Por qué los jueces siguen utilizando preguntas que culpabilizan a las mujeres? Porque fueron formados en un entorno que refuerza esas ideas. ¿Por qué no hay mecanismos efectivos para proteger a las supervivientes? Porque eso implicaría reconocer que el sistema está roto, y el Estado español no está interesado en autocríticas profundas.
La lucha contra la violencia machista no puede desvincularse de la lucha contra un sistema represivo más amplio. El Estado, con sus raíces franquistas, utiliza la represión como herramienta para mantener el orden. No es casualidad que las mujeres sean silenciadas en los juzgados mientras se reprime a quienes luchan por derechos sociales, laborales o nacionales. Es el mismo sistema que criminaliza a las supervivientes el que persigue a activistas y mantiene a las élites intocables.
Hacia una justicia real: feminista y antirrepresiva
Si queremos un cambio real, necesitamos una justicia que no solo sea feminista, sino también antirrepresiva e inclusiva. Esto implica desmontar el sistema judicial tal como lo conocemos y construir algo nuevo. No podemos seguir confiando en instituciones que perpetúan las dinámicas de poder que decimos combatir.
El juicio contra Errejón es un síntoma de un problema mucho mayor: un Estado que protege al patriarcado, un sistema que prioriza la impunidad masculina y una sociedad que todavía desconfía de las mujeres. Pero también es una oportunidad para señalar estas fallas y exigir algo mejor. Porque mientras el sistema siga siendo el que es, las mujeres no estarán seguras, ni en los juzgados, ni en los escenarios, ni en las calles.
La próxima vez que alguien pregunte «¿para qué cree que se sacó el pene?», quizás deberíamos responder: para recordarnos que el patriarcado no solo está vivo, sino que también está protegido por toga y martillo.