ARTÍCULO: Eres fan o eres mujer: el manual metalero para chicas que no quieren ser «groupies»

Si eres fan del metal, enhorabuena, ya estás en territorio minado. Te adentras en un mundo donde la fidelidad a las bandas y la intensidad con la que vives tu amor por la música están íntimamente ligados a tu género. Imagina: un hombre fan puede gritar a los cuatro vientos que «toca el himno nacional» cuando escucha a Metallica, darlo todo en un pogo que parece pelea de gatas (lo siento, “pelea de machos” quería decir), saberse de memoria las biografías de cada guitarrista de cada banda de los 80, y nadie pestañea. Es “fan”. Puede que incluso “leyenda” si tiene una chaqueta llena de parches y no ve la luz del sol desde el 2003.
Pero, sorpresa, en cuanto eres mujer y dices que te gusta el metal, ya te encasillan como “groupie”. El término, por supuesto, te lo sueltan con la misma condescendencia con la que alguien dice “bueno, no tienes la culpa, es que eres mujer”. ¿Por qué será que, mientras ellos están en una «experiencia religiosa» cuando escuchan Slayer, si tú te emocionas con el mismo riff, automáticamente se presupone que tienes un crush por el cantante y tus opiniones pierden credibilidad? ¿Cuál es el fenómeno psico-macho-sociológico detrás de todo esto? Spoiler: es un poco de historia, un mucho de machismo y otro poco de absurda tradición cultural.
Breve lección de historia: las «groupies» y la leyenda urbana
Vamos a dar un pequeño salto al pasado para entender el asunto. En los años 60 y 70, la industria del rock no era solo música, era un circo mediático lleno de fetiches, de héroes y, claro, de “groupies”. Se trataba de chicas a las que los medios adoraban presentar como las acompañantes y “musas” de los rockstars, como si su única razón de vivir fuera seguir a estos dioses de pelo largo por el mundo. Estas mujeres eran tratadas como decorado en la vida del artista, un accesorio más entre el humo, la coca y las botas de cuero.
De aquí nace el término “groupie”, una palabra que desde entonces han intentado reciclar y reinterpretar, pero que en su esencia sigue siendo una excusa para infravalorar los gustos y la autonomía de cualquier mujer fan de la música. Porque resulta que, mientras ellos pueden llevar una melena hasta la cintura, vestir tachuelas y hacer headbanging hasta el amanecer, tú como mujer no puedes solo disfrutar de la música. No. Si eres mujer, la cosa cambia: tu presencia en un concierto es sospechosa. De ahí al “¿te gusta el cantante, no?” hay solo un paso.
El absurdo de la doble vara de medir: el fan y la “groupie”
La diferencia entre un “fan verdadero” y una “groupie” es, básicamente, el género. Un fan puede pasar noches enteras discutiendo la evolución del thrash metal mientras se baja un cartón de cervezas y con un hilo de voz queda declarar que el heavy es religión. ¡Santo metal, alabado sea! Nadie cuestionará si se ha metido en el género porque tiene fantasías con Ozzy Osbourne (aunque a estas alturas, también es cuestionable que alguien tenga fantasías con Ozzy). Un hombre es un “conocedor” de los sonidos, un “crítico respetable”. Pero una mujer, sin importar su conocimiento o nivel de obsesión, es inmediatamente categorizada como la “chica que sigue a los chicos”. El trasfondo aquí es simple: en este mundillo, se asume que las mujeres no pueden tener una pasión genuina por el metal sin una agenda oculta.
Entonces, mientras ellos son coleccionistas de discos, tú eres una acoplada. Mientras ellos son “verdaderos metaleros”, tú eres una infiltrada. Mientras ellos tienen un “vínculo espiritual con el doom”, tú estás ahí porque seguro quieres algo más que música. Y aquí viene lo mejor: mientras tú, “fan superficial”, solo quieres codearte con los músicos, lo mismo el que se ha comido una polla del guitarrista, del batería o ha hecho un bukkake con toda la banda es el fan, el fiel seguidor y sabio conocedor que te suelta toda la trivia de Dismember. Pero ojo, a él se le perdona porque está, como dirían, en su “proceso de comunión” (o de bautismo, en este caso) con el metal.
Sobra decir que este doble rasero es el pan de cada día en el entorno metalero, una especie de regla no escrita que se aplica sin pestañear.
Pero, ¿por qué se sigue creyendo esta chorrada?
Aquí es donde entra el análisis sociológico (sí, toca ponerse serixs). La razón es, en parte, una estructura patriarcal rancia y empolvada que sigue creyendo que los hombres sienten cosas puras y espirituales mientras que las mujeres tienen motivaciones sospechosas. En otras palabras, el problema es el estereotipo de la mujer como “admiradora superficial”, que no sabe lo que quiere, que siempre busca el afecto o la validación de alguien más. Vamos, el clásico: “No, mujer, tú no quieres música, tú quieres novio”.
Y ojo, porque esta idea no solo viene de los hombres, sino que se perpetúa entre todxs. ¡Vaya ironía! Porque ahí tienes a mujeres metaleras que, cuando ven a otra en un concierto, desconfían igual. Nos lo han metido tan dentro de la cabeza que hasta entre nosotras saltan las alarmas cuando vemos a una chica emocionada con un solo de guitarra. ¿Por qué? Porque nos han enseñado a juzgar, a categorizar. ¿Y cuál es el resultado? Un ambiente en el que si eres mujer y fan, ya tienes el estigma pegado como una garrapata.
Cómo romper con el mito de la «groupie» y construir algo decente
Bueno, ¿y qué hacemos entonces? ¿Nos ponemos a llorar y no vamos más a conciertos? No, venga, no. Aquí venimos a revolucionar, no a agachar la cabeza. La solución es más sencilla de lo que parece, y empieza por romper la imagen del “macho experto”. Porque el fan metalero que “sabe más de metal que nadie” y se jacta de ello no es el profeta de una religión sagrada, es un tipo más con sus contradicciones y sesgos. De hecho, un buen ejercicio de deconstrucción sería que esos machos que desconfían de las fans femeninas se sentaran a reflexionar por qué su masculinidad se siente amenazada cuando una mujer demuestra saber de lo mismo o más que ellos. Quizá descubran que el metal no se les va a caer a cachos si comparten espacio en la primera fila.
Por otro lado, toca reinventar la imagen de la mujer en el metal. Porque una fan puede ser igual o más apasionada que cualquier otro, sin que su interés pase a ser visto como “fangirleo hormonal”. Se necesita, literalmente, tirar a la basura la palabra “groupie” y hablar simplemente de fans. Porque eso es lo que somos todxs: fans. Y punto.
El final (que parece el principio)
La próxima vez que alguien te suelte un comentario del estilo “Ah, ¿te gusta Mötley Crüe? ¿Es por Tommy Lee, verdad?”, tú puedes reírte, pero no te quedes ahí. Devuélvesela, explícale que llevas más tiempo escuchando metal que él lleva usando desodorante. O simplemente ignóralo, porque al final el metal es libertad, y no estamos para aguantar a quien todavía cree que las mujeres solo pueden tener dos motivaciones en esta vida: seguir a un hombre o esperar a que la rescaten.
¿Conclusión? La próxima vez que vayas a un concierto, no temas ser tú mismx. Y, si alguien vuelve a sacar el tema de la “groupie”, siéntete con todo el derecho de darle una pequeña clase de historia, género y sentido común. Porque si hay algo más jebi que una chupa de cuero, es defenderte a ti mismx y a tus compañeras de estupideces.