ARTÍCULO: Portadas de Metal: mujeres desnudas y otras tradiciones arcaicas

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¡Ah, las portadas de metal! Ese maravilloso rincón del arte donde los clichés rancios se niegan a morir, aferrándose con uñas y dientes al pasado. Si alguna vez has tenido el «privilegio» de admirar una de estas obras maestras de la testosterona, seguro que te ha invadido esa sutil sensación de estar atrapadx en una convención de guerreros hormonados y fantasías masculinas. Porque claro, ¿cómo podría faltar la indispensable mujer semidesnuda, rendida a los pies del héroe ultramusculado, como si su máxima aspiración en la vida fuera admirar, sumisa, pasiva, al tipo con la espada? ¡Qué poético!

En pleno siglo XXI, donde la humanidad ha alcanzado logros impresionantes, seguimos atascados en esta brillante tradición de la Edad de Piedra. «El Machismo y Sus Amigos», versión heavy metal, continúa en cartelera. Qué sorpresa. Lo que para muchxs es un icono del género, para otrxs huele a naftalina, pero claro, ¿quién se atrevería a romper con la sagrada iconografía de los gloriosos ochentas? Ahí está, en todo su esplendor: el guerrero musculoso con un índice de grasa corporal imposible, espada al cielo, mientras a sus pies una mujer que no parece saber si está ahí por error o si le pagan por posar sin ropa. ¿Qué mensaje podría estar enviando esta obra maestra? Spoiler: no es la glorificación de la igualdad.

Pero no nos engañemos, esto no es un accidente artístico, es la reliquia de décadas de objetificación descarada y sin remordimientos. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido representadas como la decoración perfecta para cualquier narrativa de poder masculino. Y, claro, si una mujer aparece en una portada de metal, es porque su única función en la vida es ser un trofeo, una especie de póster viviente de «Soy inferior y me encanta». Pero, ojo, no todo es culpa del metal, ¿eh? El arte lleva siglos practicando este truco. Renacimiento, barroco, metal… Lo que cambia es la banda sonora, porque la mentalidad, esa, sigue siendo la misma.

Las portadas de metal no solo son un festín visual de clichés, también son una ventana a una mentalidad que se resiste al progreso con una pasión que casi da envidia. ¿Rebeldía, dices? Por supuesto, siempre y cuando esa rebeldía no toque la sacrosanta imagen de la mujer como accesorio de la virilidad del héroe. Es como si el metal, con toda su fama de romper reglas, se hubiera quedado atrapado en un bucle temporal donde la igualdad de género es un concepto tan remoto como un disco de reggaeton en un festival de black metal.

Y antes de que alguien saque el disclaimer de “no todas las portadas son así”, sí, lo sabemos. No todas. Algunas simplemente son cráneos, dragones o un tipo ensangrentado gritando a la nada. Pero cuando ves este desfile de imágenes rancias una y otra vez, la conclusión es inevitable: hay algo podrido en el reino del metal. ¡Qué sorpresa que un género que presume de ser tan contracultural se aferre tan fuerte a clichés que deberían estar criando polvo en un museo!

Lo irónico es que el metal se enorgullece de ser el adalid de la subversión, pero ¿cuándo fue la última vez que subvirtió algo en serio? Quizás ya es hora de que el género deje de reciclar los mismos viejos tropos de machitos musculosos y damiselas en apuros. ¿Qué tal si, por una vez, dejamos de representar a las mujeres como trofeos vivientes? ¿Y si les damos algo de protagonismo real, como si fueran seres humanos, no aderezos de fantasía épica para complacer el ego masculino? Pero claro, eso sería pedirle peras al olmo, o peor, sugerir que el metal, ese género que se jacta de no seguir normas, quizás está anclado en su propio y ridículo conjunto de ellas.

En resumen: Querido metal, ya va siendo hora de que despiertes de ese coma estético y moral en el que llevas décadas sumergido. ¿Quién sabe? Tal vez, solo tal vez, ver una mujer en la portada que no esté reducida a un objeto de deseo podría ser la sacudida que tanto necesitas para volver a ser verdaderamente rebelde. Porque, spoiler: la verdadera subversión sería dejar de tratar a las mujeres como decorado de tu fantasía machirula y empezar a verlas como lo que son: protagonistas por derecho propio.

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