ARTÍCULO: Metal y nazis: más rancio que el Thrash old school
Ah, el metal. La música que nos da vida, nos rompe los tímpanos y nos hace sentir como si pudiéramos levantar un coche solo con la fuerza de nuestras guitarras imaginarias. ¡Metal, qué hermoso eres! Pero claro, como en toda buena historia, hay un pequeño, irritante giro en el guión. Porque, a veces, cuando estás en plena catarsis headbangera, ¡zas! Aparece un imbécil haciendo el saludo nazi o una banda con simbología fascista en sus camisetas. ¡Qué delicia! Nada como un riff brutal seguido de un gesto de odio para cargarte la experiencia.
Sí, amigxs, no es una distopía al estilo «Black Mirror». No estamos en los años 30, pero en pleno 2024, el metal sigue teniendo un problemita con el fascismo. Es como esx amigx que nunca aprende y sigue bebiendo garrafón sabiendo que le va a dar resaca. En este caso, el «garrafón» es la simbología nazi y el fascismo, y la resaca es todo el daño que esta ideología ha causado a lo largo de la historia. ¿Y por qué? Porque algunxs creen que ser fascista es la cúspide de la rebeldía. ¡Spoiler! No lo es. Es solo ser gilipollas. Ahora bien, ¿cómo narices hemos llegado a esto, y por qué no se ha hecho algo más al respecto? Vamos a ver, porque la historia tiene más giros que un solo de Malmsteen.
¿Por qué metal y fascismo combinan como cerveza y aceitunas (para algunxs)?
El metal siempre ha tenido una obsesión con la oscuridad, el caos y la rebeldía. Y sí, ¿qué grita más «caos» que un régimen genocida? Lxs nazis y el fascismo representan una suerte de «maldad mítica» en la cultura popular, y en el metal esto se ha traducido en algunos casos en una fascinación por símbolos extremos, que de alguna manera son considerados «provocadores» y «chocantes».
Lo irónico es que, en su origen, el metal era un refugio para lxs marginadxs, lxs inadaptadxs sociales, aquellxs a lxs que el sistema había dejado de lado. Entonces, ¿cómo es que de repente un movimiento basado en la libertad y la rebeldía abraza una ideología que busca aplastar toda esa diversidad? Fácil: confusión y pereza mental. Vamos, poner una esvástica en la portada de un álbum y decir que es por «libertad artística» es la excusa más floja desde que tu amigx dijo que no pudo ir al concierto porque «se le rompió el Wi-Fi».
Algunxs artistas, como Varg Vikernes, se autodenominan «pagano-nacionalistas», lo cual es básicamente una forma cool de decir «racista con complejo de vikingos». Estas bandas tratan de cubrir su fetichismo fascista con un barniz de folclore nórdico o esoterismo, como si eso hiciera más aceptable su tendencia a glorificar la supremacía blanca. Spoiler alert: no lo hace.
Hablemos de algunos otros nombres y casos reales para que no digas que esto es una exageración. Empezamos con Absurd, una banda de black metal alemana que no solo juega con la estética nazi, sino que sus miembros fueron condenados por el asesinato de un compañero de clase. Y no, no fue un accidente. Fue un crimen motivado por su ideología neonazi. A pesar de esto, hay quien aún los idolatra y defiende su música diciendo que «el arte y la vida personal son cosas distintas». Claro, como si pudiera existir una separación cuando tus letras alaban el supremacismo blanco y glorifican la violencia.
Y luego tenemos a Graveland, una banda polaca de black metal que ha sido vinculada a la escena NSBM (National Socialist Black Metal, para lxs que no estén al tanto del acrónimo). Su líder, Rob Darken, es conocido por sus posturas abiertamente nacionalistas y xenófobas. Esta banda sigue tocando en festivales, y sus fans parecen ignorar el hecho de que, tras toda esa parafernalia «mística» y «pagana», se esconde un mensaje de odio hacia cualquier persona que no encaje en su ideal de raza aria. Claro, porque nada dice «misticismo» como odiar a todx el que es diferente, ¿verdad?
Luego está M8L8TH, otra banda NSBM que se dedica a difundir propaganda nazi a través de su música. Con un nombre que incluso contiene simbología neonazi (el «88» hace referencia a «Heil Hitler»), no es precisamente sutil en sus intenciones. Sin embargo, siguen teniendo fans que les defienden bajo la excusa de la «libertad artística». Porque, por supuesto, si algo necesita ser defendido en 2024, es la libertad de alabar a uno de los regímenes más asesinos de la historia. Prioridades.
¿Qué pasa con la simbología nazi en el metal?
La simbología nazi aparece más de lo que debería en la escena metalera, y siempre hay alguien que dice que «no es tan grave», que «solo es estética». Claro, poner una esvástica en tu camiseta o tocar en el escenario con runas que lxs nazis apropiaron como símbolos de su ideología no es «solo estética». Es perpetuar un legado de odio y genocidio, y aunque lo hagas para «provocar», lo único que estás provocando es vergüenza ajena. Vamos, que usar símbolos nazis para «impactar» es como usar crocs en una boda para llamar la atención. Sí, impactas, pero no cómo crees.
Hablemos también de la banda Satanic Warmaster, otra joya del NSBM que usa runas nazis en su merchandising. Su líder, Werwolf, siempre ha negado ser nazi, aunque sus letras hablen de purificación racial y supremacía. Ah, claro, Werwolf, seguro que todxs hemos entendido mal. Lo que intentabas decir con «purificación» era sobre la limpieza de tu habitación, no del mundo de personas que no sean blancas, ¿verdad?
Y no olvidemos a Goatmoon, otra banda que hace uso de símbolos nazis y cuyas letras glorifican la violencia racial. Estos tipos parecen pensar que ser «extremx» significa adoptar la estética de un régimen genocida, y no ven el problema en que su música sea un himno para quienes predican el odio. El mensaje es claro: para ellos, el metal no es sobre libertad o rebeldía, sino sobre imponer sus ideologías tóxicas.
Apropiaciones nazis de simbología preexistente: la trampa mortal del descuido
Ahora, paremos un segundo para hablar de esa otra excusa tan popular entre estxs nostálgicxs del Tercer Reich: «Pero, ¡las runas y la esvástica no eran símbolos nazis en su origen!». Sí, queridx metalerx, sabemos que las runas provienen de antiguas culturas nórdicas y germánicas, y que la esvástica tiene miles de años de historia en distintas religiones y culturas. De hecho, es un símbolo de prosperidad y suerte en el hinduismo y el budismo. Pero aquí está el truco: lxs nazis tomaron esos símbolos, los retorcieron y los convirtieron en iconos del odio, la muerte y la opresión.
Usar estos símbolos con la excusa de «recuperar su significado original» es, cuanto menos, ingenuo. Porque la historia no funciona como un botón de reinicio que puedes pulsar para borrar lo que no te gusta. Por más que intentes «rehabilitar» la esvástica o las runas, estas están tan asociadas al fascismo que su significado ha cambiado para siempre. Lo mismo ocurre con otros símbolos como el Totenkopf (la calavera que lxs nazis usaban en las SS). Aunque haya sido un símbolo antiguo, ahora está cargado de connotaciones que no puedes sacudirte simplemente diciendo: «Es que es de mis ancestrxs vikingxs». No, cariño, tu camiseta no tiene nada de herencia cultural. Es solo racismo con estética edgy.
Por qué esto no es aceptable (como si hubiera que explicarlo)
Lo que estxs personajes parecen olvidar es que el fascismo y el nazismo son ideologías basadas en la exclusión, el odio y la eliminación de cualquier persona que no se ajuste a sus estándares retorcidos. Y la música, especialmente el metal, debería ser todo lo contrario: un lugar para lxs marginadxs, lxs inadaptadxs, lxs que no encajan en ningún lado. El metal siempre ha sido una vía de escape para quienes se sienten alienadxs, para quienes no encuentran su lugar en el mundo, y convertirlo en una plataforma para el odio y la intolerancia es traicionar todo lo que este género representa.
Pero, por supuesto, cuando se confronta a estos artistas y sus fans, las excusas no tardan en llegar: «Es solo una estética», «Es libertad artística», «No mezcles política con la música». Todo eso es muy bonito, pero no deja de ser un montón de basura pseudointelectual. Cuando eliges adoptar simbología nazi o lanzar letras cargadas de racismo, estás tomando una postura, y esa postura es indefendible. No se puede separar el arte del artista cuando el arte está empapado en ideologías genocidas.
Lo que realmente ocurre: la «rebeldía» mal dirigida y el Club de los Cínicos
Aquí entra en juego uno de los elementos clave del metal: la rebeldía contra lo establecido. Pero lo que originalmente era una lucha contra el conformismo y las injusticias del sistema, a veces se distorsiona en una simple necesidad de escandalizar. Es como si ciertos sectores del metal hubieran adoptado la mentalidad de unx adolescente rebelde perpetux: «Oh, el mundo dice que lxs nazis son malxs, ¡pues yo voy a poner una esvástica solo para cabrear a todxs!»
Por supuesto, esto no es toda la escena metalera, ni siquiera una mayoría, pero basta una minoría ruidosa para embarrar a todo el mundo con este fango tóxico. Y en lugar de enfrentarlo de manera directa, algunxs optan por hacerse lxs cínicxs. El típico: «Es solo por la estética, no tienes que tomártelo tan en serio». Ah, claro, porque nada grita «diversión inocente» como el genocidio, ¿verdad? Esto se parece mucho a decir que estás usando una camiseta con una esvástica «solo porque combina con mis botas». Suena ridículo porque lo es.
Lo que se hace (spoiler: no mucho)
Bueno, aquí es donde empieza lo frustrante. Resulta que dentro de la escena metalera no se hace lo suficiente. ¿Por qué? Porque hablar de esto es incómodo. Las bandas no quieren alienar a una parte de su base de fans, los sellos no quieren perder dinero, y los festivales prefieren evitar el escándalo. Así que, ¿qué hacen? Se encogen de hombros y te dicen que «la música es música».
El otro problema es la cultura de «separar al arte del artista». Claro, eso está bien cuando hablamos de alguien que hizo un chiste malo hace 15 años, pero cuando hablamos de un tipo que escribe letras sobre la superioridad racial o glorifica dictadores genocidas, tal vez sea hora de replantearse el criterio. Si estás dispuestx a dejar pasar esas cosas, quizás el problema no sea solo el artista, sino también quienes le siguen apoyando sin pensárselo dos veces.
¿Qué se debería hacer? (aquí va una pista: ser menos pasivx)
Antes de nada nada, hablemos claro: no hay espacio para el fascismo en el metal. Punto. Puedes llamarlo «cancel culture», o como prefieras, pero lo que realmente es, es responsabilidad cultural. Como fan, es tu deber no apoyar a bandas que promueven ideologías fascistas, racistas o cualquier otra forma de odio. Eso significa dejar de comprar sus discos, ir a sus conciertos y, si es necesario, desterrar sus camisetas viejas al fondo del armario donde guardas la ropa que jamás te volverías a poner.
Las bandas, sellos y festivales también tienen que asumir su parte. En lugar de hacerse lxs sordxs (algo paradójico en la música, ¿no?), deberían pronunciarse claramente contra el fascismo. Sí, puede que pierdan a algunxs fans en el proceso, pero a largo plazo, no se puede construir una comunidad sólida sobre los cimientos del odio y la intolerancia. Eso es como tratar de construir una casa sobre mierda. Simplemente no funciona.
Y finalmente, hablemos de nosotrxs como comunidad. Ya es hora de dejar de lado el cinismo y la indiferencia. No basta con decir «es solo música». La música tiene poder, influencia y, por lo tanto, responsabilidad. El metal siempre ha sido una forma de vida para muchxs de nosotrxs, una salida para la ira, la frustración, y un lugar para encontrarnos cuando el mundo exterior se vuelve asfixiante. No podemos permitir que ese espacio se convierta en un refugio para ideologías que contradicen la esencia misma de lo que debería representar: libertad, igualdad y resistencia ante la opresión.
El metal puede y debe hacerlo mejor
Así que aquí estamos, en el 2024, todavía lidiando con esta basura. Pero hay esperanza. El metal ha demostrado ser una fuerza imparable en la cultura, un lugar donde lxs marginadxs encuentran su voz. Ahora es el momento de que esa voz se alce contra las ideologías tóxicas que han intentado infiltrar la escena durante demasiado tiempo. Y si eso significa cortar lazos con ciertxs «artistas» o «fans», entonces que así sea. Porque el metal sobrevivirá. El metal siempre sobrevive. Y cuando lo hace, será más fuerte, más inclusivo y mucho más auténtico sin el lastre de lxs fascistas y lxs nazis arrastrándose por el escenario.
Larga vida al metal, pero que sea un metal libre de odio. Después de todo, si lo que buscas es rebeldía, hay muchísimas cosas más inteligentes y poderosas contra las que rebelarse que reciclar las ideas de un régimen asesino. Así que la próxima vez que veas a alguien haciendo el saludo nazi en un concierto, no lo ignores. Dale la respuesta que se merece, y no, no estoy hablando de una clase de historia, sino de algo que seguramente entenderá mejor: una buena dosis de realidad, envuelta en un poderoso grito de «¡No pasarán!». Aunque también puedes darle una hostia.