ARTÍCULO: Metal: donde las novias no tienen nombre

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¡Ah, la eterna saga de la «novia de»! En el maravilloso universo del metal, donde todo se reduce a riffs aplastantes y voces guturales, hay un fenómeno que supera incluso la longitud de los solos de guitarra más épicos: el glorioso arte de convertir a las mujeres en accesorios de sus parejas masculinas. En serio, si alguna vez te has preguntado por qué en el metal, y en la vida en general, la pareja femenina de un hombre relacionado con la escena parece perder su identidad por arte de magia y se convierte en «la novia de», sigue leyendo. Prepárate para una dosis de realidad al estilo metalero: crudo, directo y con un toque ácido. Y no, esto no es un berrinche por la representación femenina (aunque bien podría serlo, y con toda la razón).

Imaginemos la escena: festival de metal, calor infernal, litros de cerveza derramados y una banda que acaba de reventar el escenario. El batería se baja, el bajista lo sigue, y en la esquina, allí están: las novias y mujeres de los miembros de la banda. Algunas son fans acérrimas, otras son parte activa de la industria, pero en la mayoría de los casos, su identidad se esfuma en el aire como un solo de guitarra que se va desvaneciendo. ¿Por qué? Porque en lugar de ser vistas como individuos con sus propias historias y logros, se convierten en un apéndice del tipo que toca la batería, la guitarra o que produce los discos. Es como si en el metal, las mujeres sólo existieran en función del hombre con el que están.

¿De dónde viene esta dinámica? Bueno, para empezar, no es nada nuevo. Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido vistas principalmente en relación con los hombres. En la antigüedad, si una mujer no era esposa o madre, su existencia era casi irrelevante. A medida que avanzamos en la historia, aunque las cosas cambiaron un poco, la mentalidad de fondo sigue siendo la misma: el valor de una mujer a menudo se mide por su relación con un hombre. En lugar de ser vistas como protagonistas de sus propias historias, se convierten en accesorios de las de sus parejas.

El patriarcado, esa antigua institución que se niega a morir, ha tenido tiempo suficiente para tejer sus hilos en el tejido de nuestra cultura. Desde la antigüedad, las mujeres han sido relegadas a roles secundarios. Ya fuera como la esposa de un rey o la madre de un héroe, el valor de una mujer a menudo se ha determinado por su relación con un hombre importante. Aunque hemos avanzado algo desde esos tiempos, la mentalidad sigue enraizada. En lugar de celebrar a las mujeres por sus propios méritos y logros, se las sigue viendo a través del prisma de sus relaciones masculinas.

En el mundo del metal, esta dinámica se perpetúa de forma especialmente burlesca. Aquí tenemos a las bandas metaleras, esas que se autodenominan rebeldes y disruptivas, pero que a menudo se apegan a los viejos estereotipos con la misma devoción que a sus guitarras eléctricas. La visión de género en el metal puede ser tan arcaica como las letras que hablan de batallas épicas y mitología nórdica. Y, por desgracia, en vez de desafiar estos viejos patrones, el metal a menudo los perpetúa, como si el hecho de que la música sea ruidosa y provocativa justifique mantener a las mujeres en roles de secundaria.

Este fenómeno de convertir a las mujeres en «la novia de» o «la esposa de» no es un simple desliz. Es una manifestación de una cultura que todavía prefiere mantener a las mujeres en un papel subalterno. La narrativa de «la novia de» es una forma de decir que su identidad no es relevante por sí misma, que lo único que cuenta es su conexión con el hombre en el centro de atención. Esta visión excluye a las mujeres de ser vistas como agentes activos en la escena musical. Es como si la única forma de tener relevancia en el metal fuera ser parte del contexto masculino. Si una mujer está involucrada, debe ser como un adorno, un accesorio de la estrella del espectáculo.

El machismo que subyace a esta dinámica es tan resistente como los amplis de alta gama. Las estructuras patriarcales son como una pesada capa de óxido que no se quita fácilmente. Los viejos estereotipos y las actitudes anacrónicas siguen presentes, incluso en contextos que pretenden ser revolucionarios. El metal puede parecer un estado de libertad y desafío, pero sigue estando incrustado en una visión de género que limita a las mujeres a ser meros adornos de los hombres con los que están.

¿Por qué pasa esto? Bueno, la respuesta no es tan complicada: porque el machismo está tan bien camuflado bajo el disfraz del «rockero rebelde» que nadie lo cuestiona. El metal, por mucho que presuma de ir contra las normas, ha heredado montones de estructuras patriarcales sin ni siquiera pestañear. Los tíos siguen siendo los rockstars, y las chicas, aunque sean fans igual de apasionadas o incluso más, son secundarias. O peor aún, decorativas. Y ni hablemos de las que realmente intentan hacerse un nombre en la escena, porque entonces el infierno es doble. Si son artistas, productoras, lo que sea, además de enfrentarse a la típica mierda sexista, también tienen que aguantar que se las compare o se les pregunte constantemente sobre sus parejas. Porque, claro, como si sus logros no fueran suficientes.

La cuestión fundamental aquí es que, hasta que no se reconozca y se desafíe esta dinámica, las mujeres seguirán siendo vistas a través del prisma de sus relaciones masculinas. La identidad de una mujer no debería ser definida por su conexión con un hombre, ya sea en el metal o en cualquier otro campo. Las mujeres en la escena tienen nombres, logros y pasiones propias. Deberían ser reconocidas por sus contribuciones individuales y no por la relación que tienen con alguien que se encuentra en el centro de atención.

Así que, en conclusión, la próxima vez que te encuentres en un festival de metal y veas a una mujer descrita como «la novia de» o «la mujer de», recuerda que esta no es una mera cuestión de etiqueta. Es un reflejo de una cultura que todavía no ha aprendido a ver a las mujeres como seres completos e independientes. Si el metal quiere ser verdaderamente subversivo y revolucionario, debe empezar por desafiar estos viejos estereotipos y reconocer a las mujeres como las protagonistas que realmente son. Porque, al final, el verdadero acto de rebeldía no es romper una guitarra en el escenario, sino romper las cadenas del machismo que aún nos atan.

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