CRÍTICA: ANTAGONIZÖR – Edgelords from Hell

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Si el infierno abriese una sucursal metapunk en Gainesville (Florida), se llamaría Antagonizör. Este trío formado por dos biker babes bolleras al frente y su esclavo a la batería acaba de soltar este año Edgelords from Hell, un debut que no pide permiso ni perdón. No es un disco: es una emboscada.

Desde que arranca In the Still of the Night, el disco te engancha por la pechera y te tira de cabeza a una trituradora sónica donde conviven Motörhead, Venom, Judas Priest y toda la furia d‑beat que puedas escupir en un cubo. Pero lejos de sonar retro o pastiche, Antagonizör vomita un cóctel molotov de black metal primerizo, punk con espinas, heavy clásico y speed metal de velocidad ilegal. Es como si Lemmy hubiese resucitado en una okupa queer para prenderle fuego a la iglesia más cercana.

Hay tralla, sí. Midnight Racer es carne de moshpit y hostias voladoras. Pero también hay groove sucio (Smoke Grass Eat Ass, que ya por el título sabes que no va de meditación trascendental). Y luego están las letras: puro veneno. Antichrist no deja nada a la interpretación («Your god is dead, your church will fall…»), Blue Lives Don’t Exist se mea en el discurso pro-policía, y Hands Off es un grito a hostia limpia contra el control sobre los cuerpos, sobre todo de personas queer, racializadas y marginales.

La portada, obra de Tony Rot, es otro manifiesto: fuego, cadenas, cuero, y la sensación constante de que te están invocando a una misa negra en mitad de una autopista. Y sí, la batería también suena como si hubieran grabado a hostias en un garaje, porque efectivamente lo hicieron así. DIY a cuchillo.

La gracia de este álbum no es solo que esté bien tocado, sino que transmite rabia de verdad. No postureo, no estéticas vacías. Edgelords from Hell está impregnado de odio estructurado, deseo de romper normas, y amor por la distorsión. La mezcla es cruda, directa y abrasiva. Nada está embellecido. Cada nota es un puñetazo a algo.

Lo mejor es que todo el rollo performativo que se marcan en directo —con una puesta en escena teatral que bebe directamente del shock rock— no es solo para el show. Es una declaración política camuflada de circo infernal. Es llevar el metal a un terreno donde la heteronorma, el racismo institucional y el machirulismo clásico no tienen cabida. Es convertir el escenario en un espacio de disidencia, ruido y gozo sucio.

La voz de Sarah, desgarrada y llena de rabia, suena como una bruja desatada en una rave de black metal. Tzu Wei al bajo aporta esa pesadez pantanosa que hace que todo suene como si viniera de un bar de carretera perdido entre universos. Y Mykel, el “drum slave”, aporrea con la furia de quien sabe que de ahí no va a salir ileso, pero le da igual.

Compararles con otras bandas se queda corto. Son hijxs bastardxs de Midnight, Power Trip y Black Flag con un toque burlesque infernal y una lengua que no se muerde ni aunque le ofrezcas un contrato.

Edgelords from Hell es ese tipo de disco que le pones a tu vecinx facha para que se mude. Un manifiesto sónico de sexo, fuego, política y metal-punk rabioso que no pide permiso. Si no te gusta, probablemente seas parte del problema.

Autoeditado (2025)

Puntuación: 8/10

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