Este atípico 2020 nos ha dejado el regreso triunfal de uno de los pioneros del stoner rock, tras dos décadas del lanzamiento de su glorioso debut, Ode to Io (2000). Los suecos Lowrider fueron los encargados, junto a sus paisanos Dozer, de llevar al otro lado del atlántico ese sonido tan distorsionado propio de la escena de la Palm Desert californiana. En su día, la archiconocida revista musical Kerrang!se ensañó con ellos, otorgándoles el sarcástico título de “los clones más convincentes de Kyuss”. Es innegable que, como todas las bandas que practican esta variante del hard rock empapada de psicodelia, beben de los padres del género, quienes nos regalaron en su día auténticas gemas inmortales como Blues for the Red Sun (1992) o Welcome to Sky Valley (1994). Sin embargo, para mí y para buena parte de la crítica especializada, reducirles a meros tributos y pasar por alto su legado, resulta algo estúpido y pretencioso.

La agrupación escandinava, nacida en Karlstada mitades de los ’90,ya se había estrenado en 1999 con un EP, compartido con la banda Nebula, formada por antiguos miembros de los eternos Fu Manchu. El pasado 21 de febrero, lanzaron su esperadísimo segundo álbum de larga duración, Refractions, a través de la discográfica Blues Funeral Recordings. Veinte años después, mantienen la formación que ya nos deleitó en su primera entrega: Ola Hellquist, encargado de la guitarra líder y de parte de las voces; el también guitarrista Niclas Stalfors; la batería de Andreas Eriksson y el bajista y cantante principal Peder Bergstrand.

De izquierda a derecha: Ola Hellquist, Niclas Stalfors,Andreas Eriksson,y Peder Bergstrand.

Empieza como un eco Red River, si bien no tardan en entrar las contundentes guitarras de Ola Hellquist y Niclas Stalfors. Un tema en apariencia sencillo y efectivo, que nos sorprende con un atrayente cambio de ritmo hacia el tercer minuto de la canción. La reconfortante voz de Peder, encaja a la perfección con la propuesta musical de esta experimentada banda.

Ode to Ganymede, que inicia con una interesante cadencia de batería obra de Andreas Eriksson, parece querer transportarnos por el espacio con su lisérgica estructura. El desarrollo de esta composición representa, sin lugar a duda, uno de los puntos álgidos del elepé, coronado por un apoteósico solo de guitarra, seguido por otra exhibición en los sintetizadores que no se queda atrás.

Prosigue este viaje muy fuzzy con Sernanders Kog, donde cogen protagonismo las líneas de bajo de Peder Bergstrand. A pesar de ser un corte de extensa duración, en todo momento es capaz de mantener en un trance absoluto al oyente. La base instrumental es sencillamente excepcional, con todos los músicos disfrutando como si se encontraran en una jam session. Salvando las distancias, en cierta manera trae a mi memoria el experimento que hicieron King Crimson, reyes del progresivo, en su eterna Moonchild.

Atención con el pesado riff inicial de Ol’ Mule Pepe, que parece sacudirnos de nuestro onírico ensueño. Sorprende escuchar aquí a Ola Hellquist como vocalista principal. Quizás el tema más heavy del álbum, un auténtico juggernaut de stoner directo a nuestros expectantes oídos. Implacable como el desierto o, en este caso, más bien el frío sueco.

Me encanta el adictivo riff de guitarra con el cual empieza Sun Devil / M87, la única canción enteramente instrumental de esta joyita. De nuevo los instrumentos parecen ir distribuyéndose el protagonismo, invitándonos a formar parte de esta celebración desert. Este tema ya aparecía en su icónica ópera primera, Ode to Io, si bien en forma de un breve interludio acústico.

La siempre presente batería, acompañada por una psicodélica guitarra, nos dan la bienvenida al tema que cierra esta árida travesía: Pipe Rider. La composición de mayor duración del álbum es, posiblemente, también la más redonda. Como su propio nombre indica, semejante ensoñación nos transmite la sensación de que una liberada alma abandona temporalmente nuestro cuerpo, dispuesta a viajar por el éter hasta los confines más recónditos del planeta.

En conclusión, me resulta difícil encontrarle algún inconveniente a semejante exhibición a lo old school. Parece como si Lowrider se hubieran quedado criogenizados en los 2000 y, dispuestos a sacar a relucir su depurada técnica, hubiesen decidido despertarse para obsequiarnos con una de las mejores noticias en esta mierda de situación en la que nos encontramos. 

Blues Funeral Recordings (2020)

Puntuación: 9/10

Pere Guiteras

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